Dois poemas

[Dia Após Dia A Nossa Relação Vai Apodrecendo]

dia após dia a nossa relação vai apodrecendo
comos os deuses de Nietzche
muitas tarefas ficaram por cumprir
desde o dia em que partiste
só a luz do frigorífico cheio
pode iluminar de novo este amor
mas aqui em casa já não se pagam as contas há meses
dentro dele guardo ainda o meu coração
que não devoraste por medo de magoar
mas que agora o cheiro de saudade o torna insuportável

retoma rapidamente a mensagem que deixei na linha de chamadas
pode ser que ainda haja algo a salvar
antes de o entregar aos gatos


[Aguento Firme]

Aguento firme
A espera inútil dos dias
O olhar nostálgico sobre o álbum de fotografias onde ninguém encontra a velhice mesmo que o folheie até ao fim
O pó inócuo sobre os móveis que nenhum pano de flanela laranja será capaz de limpá-lo para sempre
O tédio das tardes de domingo presas em teias de aranha difíceis de chegar agora que a mãe deixou de habitar esta casa
O véu da morte essa negra sombra que me cobre o rosto enquanto durmo
A descrença no futuro uma ferrugenta engrenagem pronta a partir-se a qualquer momento
As longas frases riscadas que são o adiamento de um futuro génio escritor que o tempo calará


Elogio de la inutilidad

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“No preguntarme nada. He visto que las cosa cuando buscan su curso encuentran su vacío.” 

Federico García Lorca en “1910”.

Hace un par de semanas, en el parque de Chapultepec, el retiro dominguero de Ciudad de México, se celebraron las jornadas de educación financiera, costeadas por el Ministerio de Economía y promovidas por un sinfín de instituciones de crédito y agencias de seguro. El objetivo era concienciar a los niños y adolescentes mexicanos de la importancia de endeudarse, de hipotecarse, de invertir en bolsa y de asegurar los ahorros. Los paneles informativos insistían en la relación entre futuro, madurez e inversión, con un mensaje sin aristas destinado a los padres de los asistentes: el éxito de su hijo depende de las finanzas familiares. Para los niños el reclamo era aún más zafio. Bob Esponja, Dora Explorada o Snoopy cantaban con una vistosa coreografía aquello de “I love soda, yo invierto en bolsa.” También había talleres para aprender a utilizar la tarjeta de crédito, videojuegos cuya recompensa eran billetes de imitación y teatros de marionetas en los que sus entrañables protagonistas contrataban seguros.

No pensemos que México está lejos, el espacio cuando hablamos de los imaginarios totalizadores del utilitarismo se reduce a una mera representación poética. En nuestro país, sucesivas leyes educativas ensimismadas en la formación de futuro capital productivo han reducido sustancialmente los estudios humanísticos para priorizar conocimientos económicos y pragmáticos. La educación de individuos con capacidad reflexiva y principios ciudadanos ha dado paso a la tortura de la empleabilidad y del emprendedurismo, que han reubicado la filosofía en odas al éxito y a las riquezas y a la historia en una sucesión de etapas oscuras superadas por el emprendedor y el crecimiento. El utilitarismo ha calado el sistema educativo hasta los huesos empezando por los docentes que, integrados en la lógica individual del pragmatismo, estamos sumidos en una carrera de puntos infinitos y pocas veces participamos en actividades que no reporten certificados o complementos autonómicos. (Quién esté libre de pecado…) Nos obsesiona la plusvalía, la noción de que cada acción generará algún tipo de beneficio, de valor añadido.

Este funcionalismo, tan bien reconocido por Nuccio Ordine o Martha Nussbaum para sociedades en crisis que han desmantelado en nombre de la recuperación económica siglos de bagaje cultural, condiciona nuestra capacidad para reconocer los instintos. Estamos programados para concatenar acciones útiles, identificadas por su rentabilidad económica o reconocimiento. Leemos, pensamos y trabajamos con estos fines. Cada minuto es una oportunidad para la rentabilidad cuantitativa que no podemos desaprovechar. Las artes o los conocimientos humanísticos nos distraen del camino de la competitividad o son lujos a los que debemos renunciar en aras de la prosperidad. Esta ceguera colectiva está dinamitando el conocimiento sobre las experiencias y expectativas de nuestra sociedad y, por extensión, el planteamiento de alternativas. El proceso tiene una amplia trayectoria: Montaigne ya se lamentaba que los alumnos de su época lograban declinar la palabra “virtud”, pero no sabían amarla ni abrazarla, lo cual les aportaba beneficios económicos pero escasas herramientas paraenfrentarse al abismo de la existencia humana. Hoy, la victoria de los principios políticos utilitarios ha convertido a los alumnos universitarios de humanidades en kamikazes matriculados en unos saberes inútiles, improductivos y prescindibles.

Los daños colaterales más visibles son la pérdida de nociones culturales e identitarias, la incapacidad de tolerar la frustración o el recluimiento del individuo en prácticas anestesiantes como el consumo o el entretenimiento digital. Pero no sólo se trata de un problema de abandono u olvido del bagaje acumulado de la cultura occidental, sino del alumbramiento de una nueva variante de humanidad, utilitarista, desprovista de elementos simbólicos y de significantes. Es el paraíso jamás soñado por los burócratas: nuestras aptitudes y saberes son el resultado de un enunciado, no condición preexistente al certificado.

Los agentes culturales nos hemos refugiado tradicionalmente en discursos autocomplacientes basados en la redención individual. El mundo podía irse a pique mientras nosotros degustábamos Los Ensayos o el Juan de Mairena. Nos consolaba saber que pertenecíamos a un selecto e invisible club que cultivábamos los saberes sin apenas encontrarnos y quemábamos ofrendas a la belleza, a la curiosidad y al desarrollo del espíritu. Esta estrategia fracasada ha dejado a la intemperie de políticas antropófagas e irresponsables los conocimientos y las prácticas humanísticas. Quizá haya llegado el momento de sustituir el escudo por la espada y emular a Attillio Maggiulli, quien el 23 de diciembre de 2013 en París empotró su coche contra el Elíseo para llamar la atención sobre el desprecio general del gobierno por la cultura y en particular por su proyecto Théâtre de la Comédie Italiénne. El conjunto de saberes que nuestro tiempo ha denominado inútiles es fundamental para la perpetuación de modelos sociales reflexivos y críticos, para comprender el entorno al margen de las lógicas utilitarias. El arrinconamiento de las humanidades nos deja a la intemperie de discursos nacionalistas, xenófobos, sin memoria ni herramientas de contestación, abocados a un continuo presente, donde las estrategias de seducción política y mercantilista encuentran el campo expedito para su extensión. Corresponde a los anónimos cultivadores de los saberes inútiles contrarrestar los imaginarios dominantes y propiciar un renacimiento que asiente nuestra sociedad en cuestiones más trascendentes e integradoras que la mera utilidad, principio que desde Cervantes a Theóphile Guatier o Leopardi ha sido combatido por su rotunda capacidad para multiplicar la estupidez humana.

Um ditador que não é um ditador

Um ditador que não é ditador não pode usar bigode. Os bigodes ficam sempre mal quando vem o Carnaval, sendo preciso cofiá-los em frente da televisão, o que do ponto de vista da comunicação é dois, e não um. Três nunca seria. Um ditador também não pode fumar porque estraga os dentes, e além disso pode provocar várias doenças, nomeadamente a doença-do-charuto ou a doença-do-cachimbo, que grassa por zonas em que não há monarquias activas. Roterdão, por exemplo, seria uma terra em que tal acontecimento não sucederia.

Um ditador que não é ditador não diz não às liberdades. Fecha-as, come-as, tranca-as, fode-as, e eventualmente torna-as maiores quando os que delas precisavam têm uma larva no olho esquerdo. No direito, não, porque só há ditadores que provoquem mortes no lado esquerdo, o que tem a ver com a forma como o cérebro funciona (hemisfério esquerdo, mão direita, vice-versa).

Um ditador que não é ditador não ordena: sugere, indica, estimula, faz pensar, faz evoluir, faz caminhar. Por exemplo: se um ditador que não é ditador quer que um grande número de pessoas, pelo menos mais de duas mil, pense que ninguém pode contar os grãos de um metro quadrado de areia, sugere que se conte uma praia inteira. Se a alguém não interessar a questão, melhor. Se alguém defende que um metro quadrado de areia até pode ser eventualmente contável, a praia sempre foi o sítio de eleição para cadáveres que dão à costa. Pensando bem, “dar à costa” é uma expressão demasiado abusiva, uma vez que quem já está morto não pode dar coisíssima nenhuma. Há expressões infelizes. O que nos leva à seguinte questão (aqui faço um parágrafo ridículo, mas que me permite manter o ritmo do texto).

Um ditador que não é ditador pode morrer. Os ditadores mesmo ditadores não morrem. Também não caem da cadeira. Também não morrem de doença prolongada. Também não morrem de velhice. São fuzilados, incinerados, decapitados, empalados, desmembrados, envenenados ou asfixiados. Entretanto ocorreu-me que não sei de nenhum ditador que tenha sido crucificado: são ditadores, não são mártires, e há uma espécie de acordo tácito acerca de como uma morte excruciante deve ocorrer entre os ditadores, a crucificação seria demasiado simbólica para seres desta natureza. Aliás, no caso dos ditadores mesmo ditadores, nem a história os absolveu ou há-de absolver, no sentido em que a história ainda vive no século passado, e aceita a pena de morte. Alguém devia ter uma conversa com ela, explicando-lhe que isto da morte já é uma coisa demasiado batida, já se fez muitas vezes, já está feita, já chega. Se alguém tem o poder de acabar com este desagradável hábito é a história, uma vez que ela é uma construção inteiramente humana, e não sendo capaz de alterar a realidade pode deixar pistas para um mundo pós-nuclear em que extra-terrestres descobririam nos nossos anais que éramos imortais. Só temos todos de morrer entretanto e não deixar vestígio disso, mas isso faz-se, é fazível, é exequível.

            Um ditador que não é ditador tem um ideal, mas não uma utopia. As utopias são irrealizáveis, como por exemplo a de um certo indivíduo que decidiu escrever em latim quando dominava perfeitamente o inglês (que palerma!). Escreveu ele que seria possível que mulheres e homens tivessem os mesmos direitos. Que absurdo. Paspalho utópico. Ou aquele outro – lembras-te da minha última carta, meu amor? – que ousou falar em parábolas: “amem-se uns aos outros”. Um ditador que não é ditador não tem utopias. Tem i-d-e-a-i-s. Ideais são ideias muito vincadas que todos devem partilhar, mesmo que não queiram, porque são os que um determinado conjunto de indivíduos estipulou como correctos e revolucionários. Um ditador que não é ditador também sabe que os ideais facilmente se tornam em ideias, e que as ideias são mais fáceis de manter do que os ideais. No fundo, é como um cheque ou uma mala cheia de dinheiro. Eu prefiro a mala. Mas sou notoriamente conhecido pela minha pouca motivação para o idealismo. Estou a brincar. Não sou notoriamente conhecido por nada. Até porque me irritam os pleonasmos.

            Uma coisa em que um ditador que não é ditador é muito bom é em pensar, de uma forma geral, muito melhor do que os outros. Por isso é que se pode dar ao luxo de matar uns quantos, porque estão a pensar mal. Convenhamos que quem pensa mal pode prejudicar os ideais, e por isso mais vale um fuzilamento provisório, algo reversível após a morte. A opção por fuzilamentos definitivos é típica dos ditadores efectivos, e não dos que não são ditadores. Um fuzilamento definitivo é típico de uma ditadura; um fuzilamento provisório é típico de uma não-ditadura. Se virmos bem, dói muito menos morrer provisoriamente do que definitivamente. Que o digam as encarnações todas de Vishnu, que provavelmente nunca se poderão ter conhecido do ponto de vista teológico, não pelo menos na nossa concepção de tempo, que continua a ser demasiado humana. Uma nova ideia para mudar na história.

            Um ditador que não é ditador também tem um amor geral pelo “povo”. Aqui contrasta flagrantemente com um ditador de facto, que tem um amor geral pelo “povo”. A diferença está em que enquanto um ama o povo na sua generalidade e não sua particularidade, o outro também. Apenas uma coisa partilham, o ditador e o não ditador, é que quando alguém prova que não é do povo, mesmo que seja, é porque está contra o povo, e pode ser desmembrado ou electrocutado. Por exemplo: o “povo” gosta de batatas. Mesmo que nunca ninguém tenha conhecido alguém chamado Povo (e só uma pessoa tomada individualmente é que têm esta estúpida tendência para a identidade de gosto, e mesmo isso é discutível), sabemos que o “povo” gosta de batatas. Fulano de tal é do povo. Talvez porque comesse batatas, porque não havia outra coisa para comer. Entretanto, descobre que adora inhames, e tenta convencer os outros que as batatas são uma merda, mesmo que de facto as batatas sejam melhores. Não pode. Já não é do povo. Pode-se fuzilar, limitar ou eventualmente sodomizar, em casos extremos. Um não ditador fará tudo isso provisoriamente, claro está.

Uma última palavra acerca dos círculos. Cuidado com eles. Eles nunca saem do mesmo lugar. Isso, quer um ditador, quer um não ditador, sabem bem.    

Sete poemas de Daniel Ferreira

Condenados pelo Arco-Íris

Jean-Nicolas Arthur Rimbaud

Já dizia aquele rapaz, o do negócio de armas.
Enquanto eu sorria sem contar até três
talvez dos tomates do meu bisavô.
Vivemos condenados pela cor (pelo pote escondido
atrás das cores) pela semântica corrosiva
que nos aplaina teimosa o corpo.
E esta inocência, esta falsa liberdade
na procura de expiações maiores;
estes bodes gigantes controlados por andas.



Economia de Mercado

Desde cedo percebi
que essa coisa de não riscar
os livros, como nos ensinam
na escola, é preocupação
primordial de alfarrabista.

Sempre que passo num
ou é para comprar – mesmo
riscado – ou é porque tenho livros
com potencial para o desprezo.

Nunca vendo aqueles
que sublinho – e não é puro acaso.
Prefiro deturpar
tudo aquilo que aprendi.


Café Varandas

Fizesse sol na tarde e nada disto faria
sentido. Duas aprendizes guitarras
e cartas. A televisão acesa a perceber –
pois também tem direito – o que é isso
afinal a que chamamos solidão.
As vozes, confundidas, a raiar sob um tecto
de fumo e outro de verosimilhança.

Por momentos, a vida faz todo
e mais algum sentido.

Olho de relanço para o ecrã enquanto espero.


Metafísica do Sonho

Nascer num berço de ouro.
Querer, depressa e cinicamente,
atingir a perfeição pela indiferença.
Esquecer, de uma vez
por todas, os meus admiráveis dissemelhantes.

Com gosto e requinte
afinar a voz,
limar as unhas e pintá-las,
comprar uns óculos
para melhor ignorar as distopias.

Listagem de uma vida
que morreu
possível logo à nascença.
A questão é essa.

Nunca me derrotando
a tristeza por saber
que não me falta nada.

Eles já sabem que o sonho.


Fonte da rija

ao Pata Descalça

Atravessavas o bairro descalço
enquanto o teu irmão, iludido pela promessa
de um circo espanhol,
fugia já pela fronteira. Nos pés –
calejados – a certeza de que nunca,
nem mesmo no natal, os calçarias.
Achavas, na pequena altura, que os pés
para cheirarem mal
precisariam de uma prisão de cordões
semelhante às grades da fábrica do tio
de A., filho do PJ do qual a tua
avó (com pó de talco suspeito
nos sovacos) fugia a sete olhos.

Não éramos de todo inocentes,
sabíamos que a água da Fonte da Rija
era imprópria para consumo
e no entanto aqui prosseguimos:
longe do bairro onde dois
laços se perderam a partir
do momento em que decidiste
calçar, pela primeira vez, um par
de sapatilhas de corrida.


O Teu Lugar no Mundo

para Lawrence: para não pensares que é para ti

 

Quando te entendi pela primeira
vez, como uma aparição terrena
manifesto-espelho
do quão reveladora é a realidade.
Quando percebi que de ti
uma força evidente me puxava
e agitava, fazendo-me tremer
como um berbere no pólo norte despido
a atravessar o céu
poeirento da noite, maravilhado
de galáxias pressentidas.
Quando neste momento
em que me escrevo, sei de ti
o teu lugar no mundo, a tua bondade
árvore de frutos
composto sobre a raiz do problema.
Quando sozinho sinto
e reconheço, o olhar fremente
um peso, no lugar da maçã de Adão,
um vazio por ocupar. Quando
me escorre música pelos ouvidos
e desço a cidade até à longitude dos
areais, cantando-me outros
a ti, a maresia em sal crescente.
Quando o mar me subir então
até à cintura; pouco depois
até ao pescoço; até ao bailado
dos meus cabelos; hei-de viver
abraçado a um polvo.
Faço também o pino e sei que nunca
é demasiado tarde: espero
humilde ajudar-te a salvar o mundo.


Gaivotas

Passam estúpidas
como o tempo, gritam sôfregas
como crianças. E violentam, muitas, o céu
e o final de tarde nesta cidade.
Migração suburbana,
só lhe posso chamar isso.

Da fome, que nem todos
compreendemos, crescem outros tipos
de sobrevivência.

Voltam da lixeira
municipal, e amanhã
é outro dia.
Até que a morte me separe.