España saqueada
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De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar contra sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.”
Jaime Gil de Biedma.
A todos los salvapatrias de ínfulas, bandera y conmemoración convendría recordarles la historia de Milo Minderbinder, teniente de la 27ª división aérea de los Estados Unidos destinada en Europa en la II Guerra Mundial. Cuenta Joseph Heller en Trampa 22 cómo Milo se enriqueció durante el conflicto vendiendo ilícitamente toda clase de bienes del ejército en los puertos mediterráneos. Sus pingües negocios privados conseguidos por el contrabando de lo público fueron justificados en clave nacionalista a partir de la consagración de la corrupción como modelo político: si Milo se enriquecía, indirectamente estaba favoreciendo a los Estados Unidos, pues la riqueza del país radicaba en la prosperidad de sus conciudadanos. Con esta lógica, tan familiar para todos los patriotas y padres de la Constitución con números en Suiza, el teniente hizo millones jugando con la vida de miles de soldados norteamericanos. En una ocasión vendió como alimento a sus tropas un algodón incomestible. “Si te metes en algún lío, di que la seguridad del país requiere una industria fuerte en especulación con el algodón de Egipcio”, lo que en términos macroeconómicos y geoestratégicos implicaría una Norteamérica mucho más fuerte. Envenenar y empobrecer a tus soldados a costa del beneficio individual se convertía en un acto nacionalista en la lógica Milo. Llegó al extremo de facilitar coordenadas a los bombarderos nazis para que destruyeran posiciones aliadas. Sus confidencias costaron millones de dólares y miles de vida. En el juicio por traición fue absuelto porque convenció al tribunal que sus acciones fueron un sacrificio patriótico para estimular la industria norteamericana.
El teniente Milo, con diferentes formas y siglas, se presenta a las próximas elecciones y, si las encuestas no se equivocan demasiado, saldrá elegido presidente del Gobierno y jefe de la oposición. Con nuestro voto dotaremos de legitimidad un sistema corrupto e inmoral, refugiado en discursos patrióticos -¡que viene Venezuela!- que los medios jalean para que la ruleta rusa del bienestar no dirija el cañón al que aprieta el gatillo. Ha ocurrido en Andalucía, en Cataluña y el desastre se consumará a nivel estatal. Sucesivamente han sido reafirmados en las instituciones partidos, líderes y conductas criminales, cundiendo el mensaje de la impunidad. En la raíz del discurso político ha estado la cuestión nacional, la patrimonialización o personificación de la identidad, cuando en realidad nos estábamos jugando la victoria electoral del patriotismo Milo.
Encontramos en el último siglo decenas de ejemplos significativos que por vergüenza cívica deberían conducir a la desaparición o reformulación de determinados partidos políticos y sindicatos. Que “Luis, se fuerte” vuelva a presentarse con opciones reales de victoria nos tendría que ruborizar. Como ironizaba El Roto, no votamos, fichamos. Esta democracia-show, tan vulnerable por los imaginarios del terror, el consumo y el desencanto, ha perpetuado el saqueo nacional, demonizando a todo aquel que lo ha cuestionado o denunciado a partir de la lógica nacional.
Cánovas del Castillo, en vísperas de la debacle militar en Cuba y Puerto Rico, afirmó en el Congreso de los Diputados que España emplearía la sangre de su último hombre y gastaría su último céntimo en conservar aquellas provincias. Por supuesto, no se refería a sus propios hijos ni a sus céntimos. Cuando evocaba a España, hablaba del pueblo doliente, de obreros y jornaleros sin recursos económicos para escapar del infierno. Esta España, henchida de patriotismo, debería seguir luchando, agonizando y muriendo por la España mínima que se enriquecía con el comercio transatlántico. En 1919, los conservadores llamaban a reforzar el somatén y la violencia de la Guardia Civil para que en nombre del Dios de España, la (su) familia y la (su) patria, dispersasen a tiro limpio las masas de pobres que rebuscaban bellotas en el suelo o reclamaban mejores derechos laborales. Un ritual de sangre y luto que reconstituiría la nación española en contra de sus habitantes. El mismo que protagonizó Franco décadas después, al iniciar una guerra sin recursos y acabarla con ríos de sangre y oro en sus caudales. He ahí un patriota.
La complicidad y legitimación del saqueo es el gran fracaso de la democracia de nuestro país. La crisis está en las papeletas que depositamos, no en las instituciones. No es extraño que el Juan de Mairena no sea leído ni entendido en los horizontes culturales del patriotismo de pulsera y comisión: “Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España.” El 20D nos han convocado para votar por España, por Cataluña, por la Constitución o por la Autonomía, principios vagos que esconden los beneficios privados de todos los Milo que convierten intereses personales de clase en problemas nacionales. Por ello hemos rescatado a la banca sin intereses y hemos perdido espacio en colegios y hospitales.
Y una vez más, por la España gris, corrupta y traidora, por un erróneo sentido del patriotismo –que no es más que admiración por el cacique y anhelos de burguesía con hambre- refrendaremos en el poder a aquellos que van a enviar a nuestros hijos a morir en Siria, a lavar platos a Londres o a pedir limosna con una factura de agua a los servicios sociales. Y la culpa será nuestra y nos lo mereceremos, porque cuando tuvimos oportunidad votamos a Milo. Llora, España, que lo tuyo es llorar.